“Solo quiero saber cómo es ser amado…”
En medio del polvo y la tierra seca, un pequeño ser luchaba contra el olvido. Su cuerpo, marcado por las costras y el dolor, hablaba de un sufrimiento que ningún corazón inocente debería conocer. No tenía fuerzas para llorar, ni voz para pedir ayuda… solo esos ojos, rotos y silenciosos, que suplicaban amor en un mundo que lo había dejado atrás.
Cada segundo era una batalla entre la vida y la oscuridad. El hambre lo consumía, la enfermedad lo desgarraba, y aun así, permanecía ahí, esperando… esperando una mano bondadosa, una caricia suave, un gesto que le hiciera creer que todavía valía la pena seguir respirando. Pero el silencio fue su única compañía.
Ese pequeño ángel no pedía riquezas, no pedía nada más que un poco de compasión. Su mayor deseo nunca fue cumplido: conocer lo que significa ser amado, sentir que alguien lo veía no como una carga, sino como un alma viva que merecía cariño.
Y así, entre el dolor y la soledad, su historia quedó marcada como un grito callado que atraviesa el corazón: la lección más cruel de todas — que a veces los más inocentes son los que sufren el olvido más profundo.