Arrojada a un Pozo Estando Embarazada, Esperó en la Oscuridad Hasta que la Compasión Llegó a Tiempo
El pozo era profundo, estrecho y olvidado. Desde la superficie, apenas se percibía lo que había en el fondo. Allí, en la oscuridad y el silencio, una perrita embarazada luchaba por mantenerse con vida. Su respiración era agitada, su cuerpo estaba agotado y su mente dominada por el miedo. No entendía por qué había sido abandonada ni cuánto tiempo tendría que esperar. Solo sabía que estaba sola.
Quien la dejó allí se marchó sin mirar atrás.
La perrita había sido vista días antes deambulando por la zona. Su vientre abultado indicaba que pronto daría a luz. Era dócil, tranquila, y parecía buscar ayuda. Se acercaba a las personas con cautela, moviendo la cola con esperanza. Nadie imaginó que su historia terminaría, momentáneamente, en un lugar tan cruel.
Ser arrojada a un pozo no es solo un acto de abandono, es una condena silenciosa.
Abajo, el tiempo se distorsionó. No había comida, no había agua limpia, no había calor. El estrés físico y emocional afectaba no solo a ella, sino también a las vidas que llevaba en su vientre. Los veterinarios explican que el embarazo en perros requiere cuidados constantes. La deshidratación y el miedo extremo pueden provocar la pérdida de las crías o la muerte de la madre.
Aun así, la perrita resistió.
Se acurrucó contra la pared húmeda, intentando conservar energía. Cada ruido desde arriba la hacía levantar la cabeza. Cada sombra le devolvía una chispa de esperanza. Su instinto maternal la mantenía alerta. No luchaba solo por ella, luchaba por sus cachorros.
Durante horas —tal vez días— nadie escuchó sus lamentos.
Hasta que ocurrió algo inesperado.
Un residente de la zona pasaba cerca del pozo cuando notó un sonido extraño, apenas perceptible. Al principio pensó que era el viento o el eco del agua. Pero el sonido se repitió. Era un gemido débil, cargado de angustia. Se asomó y, al enfocar la vista, distinguió una silueta en el fondo.
De inmediato pidió ayuda.
Los rescatistas llegaron preparados para una operación delicada. El pozo era más profundo de lo que parecía y el terreno era inestable. Cada movimiento debía ser preciso. Un error podría agravar las lesiones de la perrita o poner en riesgo a los cachorros.
Cuando uno de los rescatistas descendió, la escena fue devastadora. La perrita no mostró agresividad. No intentó huir. Simplemente miró hacia arriba, con una mezcla de cansancio y alivio. Era evidente que había sufrido, pero también que no había perdido la capaci