No siempre estuvo solo. Hubo un tiempo — breve, cálido, casi olvidado — en que su mundo era pequeño pero seguro. Tenía a su madre. Tenía un rincón donde dormir. Tenía leche tibia, caricias torpes, y una promesa silenciosa de protección. Pero todo eso desapareció.
Su madre murió. Nadie sabe cómo. Nadie preguntó. Solo dejó de moverse, y con ella, se apagó la única luz que él conocía. El dueño de la casa, al ver que ya no había utilidad, lo tomó con una mano indiferente y lo arrojó a la calle. Sin mirar atrás. Sin pensar que ese cuerpo pequeño aún respiraba. Aún sentía.
Desde entonces, él camina sin rumbo. O mejor dicho, se arrastra. Su cuerpo es débil, su piel está marcada por la suciedad, el hambre y el abandono. Sus patas tiemblan. Su estómago gruñe. Pero lo que más duele no es el frío, ni el hambre, ni las heridas. Lo que más duele es que nadie lo ve.
Pasa desapercibido entre los escombros, entre las bolsas de basura, entre los restos de una ciudad que no tiene tiempo para mirar abajo. Algunos lo ven y apartan la vista. Otros lo espantan como si fuera una plaga. Nadie se pregunta de dónde vino. Nadie se imagina que alguna vez tuvo madre. Que alguna vez fue amado.
Él no ladra. No llora. Solo se sienta. En silencio. Como si entendiera que el mundo ya lo ha descartado. Como si supiera que, para la mayoría, no es más que un objeto roto. Algo que se ha tirado.
Pero incluso en ese rincón sucio, entre hojas secas y trozos de plástico, hay algo que no se ha apagado del todo. Una chispa. Un latido. Un deseo tenue de ser visto. De ser tocado. De ser salvado.
Y quizás, algún día, alguien lo verá. No como basura. No como problema. Sino como lo que realmente es: una vida. Una historia. Un ser que, a pesar de todo, aún espera.
Este texto no es solo sobre él. Es sobre todos los que han perdido su madre, su hogar, su lugar en el mundo. Todos los que han sido arrojados sin culpa, sin explicación. Todos los que aún respiran, aún sienten, aún sueñan — aunque el mundo los haya olvidado.
Porque mientras haya un ser que fue amado y luego descartado, nosotros seguiremos contando estas historias. Para que el olvido no sea lo último que reciban. Para que el abandono no sea su único destino. Para que, algún día, cada uno de ellos sea recogido — y vuelva a saber lo que es vivir.