Mamá, todavía estoy sentado aquí esperando a que despiertes, aunque sé que nunca volverás. Temo que, si me voy, tendrás frío y estarás sola para siempre…LUC

Hay esperanzas que no pueden medirse en minutos ni en horas, sino que solo pueden sentirse con cada latido doloroso en el pecho. Frente a mí hay un cuerpo pequeño, sentado en silencio, inmóvil, con la mirada perdida en un vacío indefinido. No hay llamada, no hay respuesta, solo un silencio denso, tan pesado que obliga a apartar la vista para ocultar el nudo en la garganta.

La gente suele pensar que los animales no entienden lo que es la pérdida. Pero basta con mirar esos ojos para reconocer una tristeza profunda, una emoción a la que las palabras humanas a veces ni siquiera pueden llegar. Esa mirada parece custodiar algo que se ha ido para siempre, pero el corazón no le permite soltarlo.

The puppy with its mother a day earlier on Nov. 5.

Día tras día, el viento frío sigue azotando ese cuerpo delgado. Pasos que van y vienen, algunas miradas de lástima, algunos suspiros, pero nadie se detiene lo suficiente como para consolar. Él sigue allí, como una promesa que no puede romperse, como si su presencia fuera el último hilo que sostiene un vínculo ya tan frágil que casi se desvanece.

Quizá lo más doloroso no sea saber que nunca volverá, sino seguir sentado esperando, por miedo a que si me voy… alguien quede para siempre en el frío y la soledad. Y en ese instante, uno entiende que, a veces, el amor no necesita razones para existir: solo necesita un corazón lo bastante firme para esperar, incluso cuando la esperanza se ha apagado desde hace mucho