En una esquina olvidada, entre el polvo y el ruido de la ciudad, una perra madre avanza lentamente con su cuerpo debilitado. Sus pasos son torpes, su respiración entrecortada, pero su instinto de proteger a los pequeños que lleva en su vientre o a los que esperan por ella es más fuerte que cualquier dolor.
La vida no ha sido justa con ella: el abandono, el hambre y la soledad la han acompañado día tras día. Sin embargo, sus ojos reflejan algo más poderoso que la miseria: la esperanza. Ella cree, con la fe intacta de un ser inocente, que en algún rincón del mundo existe un corazón dispuesto a darle lo que siempre mereció: amor, refugio y dignidad.
Cada mirada suplicante, cada paso cansado que da, es un grito silencioso al mundo: no me rindan, aún quiero vivir, aún quiero cuidar de mis hijos.
Su historia es el reflejo de miles de animales que luchan contra la indiferencia humana. Y también es un llamado urgente: no miremos hacia otro lado, porque para ellos, un gesto de bondad puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.